UN MUNDO DOMÉSTICO
Poesía
IV
Tuñoneanas
Y no se
inmute, amigo, la vida es dura,
con la
filosofía poco se goza.
Eche veinte
centavos en la ranura
si quiere ver
la vida color de rosa.
Raúl González
Tuñón
“Poeta social e intimista,
apasionado y tierno, exaltado y melancólico”. Así definió Antonio Requeni a
Raúl González Tuñón, en una entrevista que le hizo para Radio Nacional en 1973,
y que puede ser consultada en esta dirección de Internet: www.elortiba.org/rgt.html
Creo que a González Tuñón
esta última referencia le hubiera encantado, porque una de las características
de su obra es la incorporación de la realidad más inmediata como materia
poética. “Todo gran escritor refleja su época”, dijo en una oportunidad.
En la entrevista mencionada
más arriba, el hombre tierno y sensible se conmueve al evocar su encuentro con
Antonio Machado, en plena Guerra Civil Española. Recuerda emocionado, y se le
quiebra la voz, que conoció al gran poeta sevillano en un Congreso de
Escritores y al día siguiente Machado lo invitó, junto con la comitiva
argentina, a su casa, una granja en las afueras de Valencia, para recibirlos
con los brazos cargados de flores y frutas, que dejó sobre el regazo de la
esposa de Tuñón, Amparo Mom, como ofrenda a esos viajeros que habían abandonado
“la paz de América para escuchar el ruido de los obuses”.
Hermoso recuerdo, muy
conmovedor, como es hermosa y conmovedora la poesía de González Tuñón, por la
que vagabundea su otra voz, su doble, su Juancito Caminador, y todo un mundo
prodigioso, que tiene su asiento en lo real e inmediato y su cielo en la magia
de la poesía. Puentes
y veletas, la ciudad perdida, el circo, nostálgicas avenidas, metáforas e
imágenes, la anáfora y el oxímoron, el verso libre, citas de la más diversa
procedencia, la realidad atrapada en el poema por el ojo de un fotógrafo,
París, Dakar, Buenos Aires, Nueva York, el Tortoni, nombres propios y también comunes:
los objetos desvelados de su mundo mitad real mitad poético, mercados, plazas,
corralones, tabernas de puerto, duendes y ladrones, cenizas, sangre y la rosa
blindada, andan por sus poesías en caóticas enumeraciones. Van y vienen y se
entrelazan en un cosmos a la vez simple y complejo, doméstico y también peregrino
y comprometido.
Valgan los versos, que tuve
la osadía de pensar, como homenaje a este poeta, no siempre recordado, que sin
embargo supo recibir la admiración de otros escritores de su tiempo, Federico
García Lorca, Miguel Hernández, Conrado Nalé Roxlo, Robert Desnos, y un premio
compartido con Juan L. Ortiz, nada menos, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina
para la Poesía.
Ciudad oracular
En la Ciudad Perdida las
veletas perplejas
sobre las torres mudas
preguntan por el viento...
Raúl
González Tuñón
Es la ciudad de las
profecías
del oculto significado de
las horas
la que muestra y vela al
mismo tiempo
que es el tiempo de los que
no saben.
Es la ciudad oracular
que el hombre buscó
incansablemente.
La que encierra en un
abrazo único
lugares tiempos
ideas.
Y se encierra a sí misma
toda entera
ya no perdida sino
recobrada
en el precario orden de sus
días
que el poeta inscribe en su
poema
Es la ciudad de las
avenidas
que mueren donde el río se
hace anchura.
La de los deliberados
puentes y las improvisadas calles
del payaso y del circo y de
las burlas
del amor de la muerte y de
la sangre.
Y es también la ciudad de
las cenizas
de donde renacer cuando se
acabe
el tiempo
que tenemos destinado.
Locos barcos cruzarán
ignotos mares
y la bella y atroz Ciudad
Perdida
seguirá desplegando sus
canales
abiertos a la rosa y a la
pluma
a las muchas lenguas y a sus
asombradas músicas.
Y les hará creer que han
llegado.
El tiempo, que todo lo
trueca
Entraron a lo bestia en un
supermercado.
Pudo ser un videoclub o un
cibercafé.
Igual en Nueva York o en
la Franja de Gaza.
Tenían la misma voz que
hacía unas horas
y decían lo mismo pero con
un tono
salvaje.
Déjeme déjeme que le limpie
los vidrios
por unas monedas.
Deme deme plata relojes
carteras
sus muchas monedas.
Tristemente cierto también
en París
o en Chacabuco, provincia
de
Buenos Aires.
La chica los mira desde el
otro lado.
Es rubia
habla bien, de corrido, sin
canto.
Tiene una carterita de
cuero bordó
plata adentro,
y muchas monedas.
Dos llaves.
También tiene un poco de
pena:
pobres chicos piensa,
es triste la villa la vida
la falta de todo.
La pena en los ojos de
chicas rubias
con carteritas bordó no es
buena.
Molesta duele
se piensa en la novia
que no será.
Los chicos se van del
supermercado que pudo ser un
videoclub o un cibercafé
París Gaza Bangkok
Chacabuco.
Atrás, cenizas y sangre.
Doble o nada
Verse pasar por la vereda
de enfrente
desdoblado títere
compañera del viento.
Verse pasar y saber
que aquella no es la misma
que nació una mañana
tras la puerta que enmarcó
un patio con glicinas.
Que la veleta sopla para el
lado que quiere.
Que no hay puentes ni
plazas ni avenidas
que unan
lo que partió la vida
a fuerza de promesas.
Saberse muñeco de las
circunstancias
y sentir en la piel el
calor de otros soles.
Fiel estrago del tiempo, el
cuerpo
se hace añicos.
La nostalgia maneja
inagotables símbolos.
Sabia ventriloquia de voces
ignoradas
se esconden en sitios que
jamás sospechamos.
Hacé esto o aquello
decí aquello o lo mismo.
La boca se abre para que
salgan
otros.
París, Dakar, Madrid
mueren de igual muerte.
Simple paso del tiempo que
desdibuja
huellas.
Buenos Aires o ayer
una niña y la nada.
Mi doble cruza y se pierde
en la vereda de enfrente.
Trashumantes
la muchachita anda sin
suerte
el circo seguirá sin ella
un mal paso
una caída
alas rotas de la muchachita
los caminos recogerán la
memoria
de los trashumantes
costumbre que uno cree del
todo fenecida
como las viejas palabras
que sin embargo duran
duran o se aguantan
o acaso significan
y la muchachita espera
que pase un nuevo circo
con caballos alados que muy
lejos la carguen
espera y se ilusiona
pero la vida es dura
cenizas lágrimas sangre
alimentarán la rosa.
Signo
El grimorio está abierto en
la página oculta
aquella del secreto, de las
claves
últimas.
La página está en blanco
solo la revelan los oscuros
líquidos
cuando caen y ruedan
y empujan los signos.
Oscuros arcanos
torturados ritos
un baúl con fotos cartas
más escritos
caen con los signos
caen con los signos.
Es magia la noche que
perfuman rosas
es magia y esencia de
alocadas
cifras
y la buena palabra que
comprenden pocos
se acoraza e intenta
develar
lo íntimo.
Buscar en los libros la
emoción
negada
y en los poetas el vedado
signo
el velado signo.
Nos vamos
De mudanza estamos hoy
la casa se despoja de lo
suyo.
Lentamente, al compás de un
reloj que se cuenta por horas-peón
las cosas de la casa pasan
de los atildados cuartos
a las crujientes cajas.
Hay de todo de todo de todo
mesas de arrimo y de las
otras
de esas donde comen los
mayores
con los meñiques en alto y
cubiertos de plata.
Hay sillas y algún sillón
que recibió
las confidencias
en tiempos en que eso era
lo único
que la chica daba a su
enamorado.
Hay cortinas y enjambres de
paquetes
perchas tazas una olla que
debieron tirar por abollada
dos arcones
de hondo y misterioso fondo
que en el fondo no son
nada.
Hay una balanza de baño y
unas resmas de papel
de carta
un colchón sin su cama tres
almohadas
un perchero un ropero un
salero
diez piezas de porcelana
barata.
Están también las dos
camisas de pechera con puntillas
que engalanaron al abuelo
los guantes blancos de
algodón de cuando fui escolta
unos libros
muchos
muchos
muchos
apilados.
Y mi nostalgia.
Raúl lúaR
Juancito Caminador.
Murió en un
lejano puerto
el
prestidigitador.
Negra claridad de la
muriente aurora
agujero que contiene el
todo
cansancio descansado y
soñoliento
firme relato oximorónico
Raúl camina caminando
como un Juancito de la vida
y caminando se ve y se
desconoce
o quizá sólo busque que le
crean.
Tienen palabras reciamente
suaves
tiernamente duras
flexiblemente rígidas
sus poemas
como un sabio resumen de la
vida.
De afuera
No conozco el Tortoni ni la
calle
donde anduvo el malevo, el
compadrito.
No frecuento los bares
cuyas mesas reunieron los
escritos.
Soy de afuera.
No soy de Buenos Aires.
Soy del campo donde se
estira el río
de las tardes de siesta en
que se duerme
de la charla el mate
el comadrerío.
Estoy en Buenos Aires
porque sí.
Porque los hados así lo
dispusieron.
Pero añoro las pampas
argentinas
el corretear del viento
las veletas.
Que son más veletas campo
fuera
donde las mueven las
antiguas manos
del pampero del zonda o
quizá de
las estrellas
que también crean vientos
allá arriba.
Repique
hay un claro en un bosque
al que no he ido
hay un poema que he leído
apenas
hay una noche en que no he
dormido nada
hay un minuto que pasé y no
supe
hay una anestesia de las
horas
hay una pasión sin
desenfreno
hay un amor que no sangra
ahora y nunca
hay una necesidad de
fraternal cobijo
no hay quién
duendes
en las silenciosas noches
de las quietas casas
cuando solo el viento juega
en las veletas
unos seres de aire o acaso
espuma
se entretienen entre ollas
y sartenes
ellos desordenan las
cocinas
mezclan el pan con la
brutal pimienta
ellos revuelven los
especiosos guisos
sazonados con lágrimas de
cebolla
airean el fuego con sus
manos
que persona alguna ha visto
nunca
dejan huellas de garbanzos
sobre el piso
barren las migas con sus
colas de humo
preparan una lotería de
lentejas
una calesita de manzanas de
oro
se sientan en la fuente
entre lechugas
juegan al tomate perdido y
recobrado
ellos espantan a la
cocinera
cuando llega temprano a la
mañana
escuecen sus ojitos
lagañosos
con vapores milenarios y
sagrados
No inocentes
Es la noche y los pálidos
ladrones
dejan sus cuevas enfermas
de odio.
No son románticos ahora
que ciertamente ha muerto
Rocambole.
Pueden venir del norte o
del oeste
del este del sur del
infinito.
Los ladrones pueden parecer
señores
y no serlo no serlo no
serlo
por tres veces.
Aman la guerra y los
conflictos
se nutren de drogas y
petróleo
no reconocen a la mujer o
al niño
los hombres para ellos
nunca dejarán de ser
un número.
Y gobiernan
no siempre a pesar nuestro.
caldero hablador
cuece palabras el dorado y
viscoso
caldo del caldero
que la bruja revuelve con
cuchara encantada
mientras raspa que te raspa
el fondo milenario
para que suelten sus jugos
las palabras
hechizo de letras en
sapiente pócima
urdimbre mágica y liviana
de antiguos misterios
raspa la cuchara
momentos
motas de polvo colgadas del
aire
que juega y que juega
el sol se pasea por esa
ventana
cuatro plumas vuelan fuera
de mi almohada
olor a tostadas desde la
cocina
profunda y sumisa
perdida en el centro
mineral de la casa
loco tintineo de las
cucharitas
que suenan a cristal pero
son de lata
fiel gorgoteo del café
caliente
entrando deprisa, gracioso,
en la jarra
el vapor prendido de los
azulejos
y toda la leche
gorda maternal
cuajada
la mañana
pasado el mediodía, sopor
de siesta
la calle en calma
la casa en calma
el alma bulle
el cuerpo en calma
(aparente, engañosa)
basta una voz
una caricia
una sola una sola
una sola
y el cuerpo estalla
pesadamente adormiladamente
se balancean
los astros
en una caja oscura e
infinita
como bolas de billar
como piezas de ajedrez
como canicas
tras ellos
oculto
aguarda el gran misterio
una fuerza que atrapa
y lleva a otros cielos
de los que quizá nunca
ni muertos
sabremos
mi casa mi cama
la ventana abierta
la noche
es la hora
en que las ideas navegan
como la lluvia en las calles
solas y plegadas como
barcos de papel
es la hora del descuido
cuando el alma se relaja
despojándose de todo
trabajo y penas comidas y furias
el boleto del tren diez cigarrillos
y la plancha que dejó de
funcionar
justo ahí entonces cuando
era más
necesaria
y el alma reposa plegada en
sí misma
como un barco de papel
casi ahí casi entonces
la lluvia que llora y la
noche
y la noche
Pueblo de campo
Había en mi pueblo
que era bien de campo
con sus cuatro orillas a
los cuatro vientos
con sus terrosas calles y
sus ruidosos pájaros
una calle larga muy larga
larguísima
techada de plátanos.
Había en la calle una honda
zanja
llena de sapitos llovidos
en aguas
que desde la laguna
levantaba el cielo
para que jugáramos para que
jugáramos.
Había en la zanja un río
escondido
que venía de lejos
de otras geografías que solo
en los libros
tenían cabida
con nombres preciosos de
encrespadas letras.
Había en el río un mar de
rumores
que venían rodando desde
tantas casas
desde tantos patios desde
tantas siestas
desde las oscuras cocinas
indiscretas.
Había en los rumores todos
los secretos
de un pueblo de orillas a
los cuatro vientos
de calles terrosas que
bordean zanjas
donde nadan sapos caídos
del cielo
en las negras aguas de un
inquieto río
de nombre extranjero.
Hambre
Un torrente negro, salpicado de ilusorias estrellas
a la luz ensordecedora del sol de mediodía.
El pedregullo cruje como pan recién sacado del horno.
Brillo y dolor bajo las plantas calcinadas de los pies
que se desangran.
Hambre.
La vereda angosta conduce a ninguna parte.
A un costado, el tren calla su último alarido.
Se hunde en el bolsillo la moneda que sería hoy
boleto inútil.
Hambre.
Lejos, las chimeneas mudas, el cielo limpio, los
pájaros
hambrientos.
Para la curiosidad del noticiero: las bocas
desdentadas las manos sucias.
Y el cielo limpio de humo.
Y algún pájaro hambriento.
Aquí estamos,
no hay nada más cierto que
nosotros.
Raúl González Tuñón
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