lunes, 6 de enero de 2014

Un mundo doméstico, Marta San Martín (Poesía reunida) Cuarta parte




UN MUNDO DOMÉSTICO
Poesía






IV

Tuñoneanas


Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

Raúl González Tuñón




“Poeta social e intimista, apasionado y tierno, exaltado y melancólico”. Así definió Antonio Requeni a Raúl González Tuñón, en una entrevista que le hizo para Radio Nacional en 1973, y que puede ser consultada en esta dirección de Internet: www.elortiba.org/rgt.html
Creo que a González Tuñón esta última referencia le hubiera encantado, porque una de las características de su obra es la incorporación de la realidad más inmediata como materia poética. “Todo gran escritor refleja su época”, dijo en una oportunidad.
En la entrevista mencionada más arriba, el hombre tierno y sensible se conmueve al evocar su encuentro con Antonio Machado, en plena Guerra Civil Española. Recuerda emocionado, y se le quiebra la voz, que conoció al gran poeta sevillano en un Congreso de Escritores y al día siguiente Machado lo invitó, junto con la comitiva argentina, a su casa, una granja en las afueras de Valencia, para recibirlos con los brazos cargados de flores y frutas, que dejó sobre el regazo de la esposa de Tuñón, Amparo Mom, como ofrenda a esos viajeros que habían abandonado “la paz de América para escuchar el ruido de los obuses”.
Hermoso recuerdo, muy conmovedor, como es hermosa y conmovedora la poesía de González Tuñón, por la que vagabundea su otra voz, su doble, su Juancito Caminador, y todo un mundo prodigioso, que tiene su asiento en lo real e inmediato y su cielo en la magia de la poesía. Puentes y veletas, la ciudad perdida, el circo, nostálgicas avenidas, metáforas e imágenes, la anáfora y el oxímoron, el verso libre, citas de la más diversa procedencia, la realidad atrapada en el poema por el ojo de un fotógrafo, París, Dakar, Buenos Aires, Nueva York, el Tortoni, nombres propios y también comunes: los objetos desvelados de su mundo mitad real mitad poético, mercados, plazas, corralones, tabernas de puerto, duendes y ladrones, cenizas, sangre y la rosa blindada, andan por sus poesías en caóticas enumeraciones. Van y vienen y se entrelazan en un cosmos a la vez simple y complejo, doméstico y también peregrino y comprometido.
Valgan los versos, que tuve la osadía de pensar, como homenaje a este poeta, no siempre recordado, que sin embargo supo recibir la admiración de otros escritores de su tiempo, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Conrado Nalé Roxlo, Robert Desnos, y un premio compartido con Juan L. Ortiz, nada menos, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.






Ciudad oracular
                                             
 En la Ciudad Perdida las veletas perplejas
                            sobre las torres mudas preguntan por el viento...
                                                              Raúl González Tuñón

Es la ciudad de las profecías
del oculto significado de las horas
la que muestra y vela al mismo tiempo
que es el tiempo de los que no saben.

Es la ciudad oracular
que el hombre buscó incansablemente.
La que encierra en un abrazo único
lugares  tiempos  ideas.
Y se encierra a sí misma toda entera
ya no perdida sino recobrada
en el precario orden de sus días
que el poeta inscribe en su poema

Es la ciudad de las avenidas
que mueren donde el río se hace anchura.
La de los deliberados puentes y las improvisadas calles
del payaso y del circo y de las burlas
del amor de la muerte y de la sangre.

Y es también la ciudad de las cenizas
de donde renacer cuando se acabe
el tiempo
que tenemos destinado.

Locos barcos cruzarán ignotos mares
y la bella y atroz Ciudad Perdida
seguirá desplegando sus canales
abiertos a la rosa y a la pluma
a las muchas lenguas y a sus asombradas músicas.

Y les hará creer que han llegado.


El tiempo, que todo lo trueca

Entraron a lo bestia en un supermercado.
Pudo ser un videoclub o un cibercafé.
Igual en Nueva York o en
la Franja de Gaza.
Tenían la misma voz que hacía unas horas
y decían lo mismo pero con un tono
salvaje.
Déjeme déjeme que le limpie los vidrios
por unas monedas.
Deme deme plata relojes carteras
sus muchas monedas.
Tristemente cierto también en París
o en Chacabuco, provincia de
Buenos Aires.

La chica los mira desde el otro lado.
Es rubia
habla bien, de corrido, sin canto.
Tiene una carterita de cuero bordó
plata adentro,
y muchas monedas.
Dos llaves.
También tiene un poco de pena:
pobres chicos piensa,
es triste la villa  la vida  la falta de todo.

La pena en los ojos de chicas rubias
con carteritas bordó no es buena.
Molesta  duele  se piensa en la novia
que no será.

Los chicos se van del supermercado que pudo ser un
videoclub o un cibercafé
París Gaza Bangkok Chacabuco.
Atrás, cenizas y sangre.


Doble o nada

Verse pasar por la vereda de enfrente
desdoblado títere
compañera del viento.
Verse pasar y saber
que aquella no es la misma que nació una mañana
tras la puerta que enmarcó un patio con glicinas.
Que la veleta sopla para el lado que quiere.
Que no hay puentes ni plazas ni avenidas
que unan
lo que partió la vida
a fuerza de promesas.

Saberse muñeco de las circunstancias
y sentir en la piel el calor de otros soles.
Fiel estrago del tiempo, el cuerpo
se hace añicos.
La nostalgia maneja inagotables símbolos.

Sabia ventriloquia de voces ignoradas
se esconden en sitios que jamás sospechamos.
Hacé esto o aquello
decí aquello o lo mismo.
La boca se abre para que salgan
otros.

París, Dakar, Madrid
mueren de igual muerte.
Simple paso del tiempo que desdibuja
huellas.
Buenos Aires o ayer
una niña y la nada.
Mi doble cruza y se pierde
en la vereda de enfrente.


Trashumantes

la muchachita anda sin suerte
el circo seguirá sin ella
un mal paso
una caída
alas rotas de la muchachita

los caminos recogerán la memoria
de los trashumantes
costumbre que uno cree del todo fenecida
como las viejas palabras
que sin embargo duran
duran o se aguantan
o acaso significan

y la muchachita espera
que pase un nuevo circo
con caballos alados que muy lejos la carguen
espera y se ilusiona
pero la vida es dura
cenizas lágrimas sangre
alimentarán la rosa.


Signo

El grimorio está abierto en la página oculta
aquella del secreto, de las claves
últimas.
La página está en blanco
solo la revelan los oscuros líquidos
cuando caen y ruedan
y empujan los signos.
Oscuros arcanos
torturados ritos
un baúl con fotos  cartas  más escritos
caen con los signos
caen con los signos.

Es magia la noche que perfuman rosas
es magia y esencia de alocadas
cifras
y la buena palabra que comprenden pocos
se acoraza e intenta develar
lo íntimo.

Buscar en los libros la emoción
negada
y en los poetas el vedado signo
el velado signo.


Nos vamos

De mudanza estamos hoy
la casa se despoja de lo suyo.
Lentamente, al compás de un reloj que se cuenta por horas-peón
las cosas de la casa pasan de los atildados cuartos
a las crujientes cajas.
Hay de todo de todo de todo
mesas de arrimo y de las otras
de esas donde comen los mayores
con los meñiques en alto y cubiertos de plata.
Hay sillas y algún sillón que recibió
las confidencias
en tiempos en que eso era lo único
que la chica daba a su enamorado.
Hay cortinas y enjambres de paquetes
perchas tazas una olla que debieron tirar por abollada
dos arcones
de hondo y misterioso fondo
que en el fondo no son nada.
Hay una balanza de baño y unas resmas de papel
de carta
un colchón sin su cama tres almohadas
un perchero un ropero un salero
diez piezas de porcelana barata.
Están también las dos camisas de pechera con puntillas
que engalanaron al abuelo
los guantes blancos de algodón de cuando fui escolta
unos libros
muchos
muchos
muchos
apilados.
Y mi nostalgia.


Raúl lúaR

                                  Juancito Caminador.
                                  Murió en un lejano puerto
                                                                                   el prestidigitador.


Negra claridad de la muriente aurora
agujero que contiene el todo
cansancio descansado y soñoliento
firme relato oximorónico

Raúl camina caminando
como un Juancito de la vida
y caminando se ve y se desconoce
o quizá sólo busque que le crean.

Tienen palabras reciamente suaves
tiernamente duras
flexiblemente rígidas
sus poemas
como un sabio resumen de la vida.


De afuera

No conozco el Tortoni ni la calle
donde anduvo el malevo, el compadrito.
No frecuento los bares
cuyas mesas reunieron los escritos.

Soy de afuera.
No soy de Buenos Aires.
Soy del campo donde se estira el río
de las tardes de siesta en que se duerme
de la charla   el mate   el comadrerío.

Estoy en Buenos Aires porque sí.
Porque los hados así lo dispusieron.
Pero añoro las pampas argentinas
el corretear del viento
las veletas.

Que son más veletas campo fuera
donde las mueven las antiguas manos
del pampero del zonda o quizá      de las estrellas
que también crean vientos
allá arriba.


Repique

hay un claro en un bosque al que no he ido
hay un poema que he leído apenas
hay una noche en que no he dormido nada
hay un minuto que pasé y no supe
hay una anestesia de las horas
hay una pasión sin desenfreno
hay un amor que no sangra ahora y nunca
hay una necesidad de fraternal cobijo
no hay quién


duendes

en las silenciosas noches de las quietas casas
cuando solo el viento juega en las veletas
unos seres de aire o acaso espuma
se entretienen entre ollas y sartenes

ellos desordenan las cocinas
mezclan el pan con la brutal pimienta
ellos revuelven los especiosos guisos
sazonados con lágrimas de cebolla

airean el fuego con sus manos
que persona alguna ha visto nunca
dejan huellas de garbanzos sobre el piso
barren las migas con sus colas de humo

preparan una lotería de lentejas
una calesita de manzanas de oro
se sientan en la fuente entre lechugas
juegan al tomate perdido y recobrado

ellos espantan a la cocinera
cuando llega temprano a la mañana
escuecen sus ojitos lagañosos
con vapores milenarios y sagrados


No inocentes

Es la noche y los pálidos ladrones
dejan sus cuevas enfermas de odio.
No son románticos ahora
que ciertamente ha muerto Rocambole.

Pueden venir del norte o del oeste
del este del sur del infinito.
Los ladrones pueden parecer señores
y no serlo no serlo no serlo
por tres veces.

Aman la guerra y los conflictos
se nutren de drogas y petróleo
no reconocen a la mujer o al niño
los hombres para ellos nunca dejarán de ser
un número.

Y gobiernan
 no siempre a pesar nuestro.


caldero hablador

cuece palabras el dorado y viscoso
caldo del caldero
que la bruja revuelve con cuchara encantada
mientras raspa que te raspa el fondo milenario
para que suelten sus jugos
las palabras

hechizo de letras en sapiente pócima
urdimbre mágica y liviana
de antiguos misterios
raspa la cuchara


momentos

motas de polvo colgadas del aire
que juega y que juega
el sol se pasea por esa ventana
cuatro plumas vuelan fuera de mi almohada
olor a tostadas desde la cocina
profunda y sumisa
perdida en el centro mineral de la casa
loco tintineo de las cucharitas
que suenan a cristal pero son de lata
fiel gorgoteo del café caliente
entrando deprisa, gracioso, en la jarra
el vapor prendido de los azulejos
y toda la leche
gorda   maternal   cuajada
la mañana


pasado el mediodía, sopor de siesta
la calle en calma
la casa en calma
el alma bulle
el cuerpo en calma
(aparente, engañosa)
basta una voz
una caricia
una sola  una sola  una sola
y el cuerpo estalla 


pesadamente adormiladamente se balancean
los astros
en una caja oscura e infinita
como bolas de billar
como piezas de ajedrez
como canicas
tras ellos
oculto
aguarda el gran misterio
una fuerza que atrapa
y lleva a otros cielos
de los que quizá nunca
ni muertos
sabremos
mi casa   mi cama   la ventana abierta
la noche


es la hora
en que las ideas navegan como la lluvia en las calles
solas y plegadas como barcos de papel

es la hora del descuido cuando el alma se relaja
despojándose de todo
trabajo y penas   comidas y furias
el boleto del tren   diez cigarrillos
y la plancha que dejó de funcionar
justo ahí entonces cuando era más
necesaria

y el alma reposa plegada en sí misma
como un barco de papel

casi ahí   casi entonces
la lluvia que llora y la noche
y la noche


Pueblo de campo

Había en mi pueblo
que era bien de campo
con sus cuatro orillas a los cuatro vientos
con sus terrosas calles y sus ruidosos pájaros
una calle larga muy larga larguísima
techada de plátanos.

Había en la calle una honda zanja
llena de sapitos llovidos en aguas
que desde la laguna levantaba el cielo
para que jugáramos para que jugáramos.

Había en la zanja un río escondido
que venía de lejos
de otras geografías que solo en los libros
tenían cabida
con nombres preciosos de encrespadas letras.

Había en el río un mar de rumores
que venían rodando desde tantas casas
desde tantos patios desde tantas siestas
desde las oscuras cocinas indiscretas.

Había en los rumores todos los secretos
de un pueblo de orillas a los cuatro vientos
de calles terrosas que bordean zanjas
donde nadan sapos caídos del cielo
en las negras aguas de un inquieto río
de nombre extranjero.


Hambre

Un torrente negro, salpicado de ilusorias estrellas
a la luz ensordecedora del sol de mediodía. 
El pedregullo cruje como pan recién sacado del horno.
Brillo y dolor bajo las plantas calcinadas de los pies
que se desangran.

Hambre.

La vereda angosta conduce a ninguna parte.
A un costado, el tren calla su último alarido.
Se hunde en el bolsillo la moneda que sería hoy
boleto inútil.

Hambre.

Lejos, las chimeneas mudas, el cielo limpio, los pájaros
hambrientos.
Para la curiosidad del noticiero: las bocas desdentadas las manos sucias.
Y el cielo limpio de humo.

Y algún pájaro hambriento.




Aquí estamos, no hay nada más cierto que
nosotros.

            Raúl González Tuñón



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