lunes, 6 de enero de 2014

Un mundo doméstico, Marta San Martín (Poesía reunida) Tercera parte




UN MUNDO DOMÉSTICO
Poesía







III

VEINTITANTOS DE AMOR Y LA NOCHE


                     Puedo escribir los…
                                                                                               esta noche
Escribir  por ejemplo…






Veinte de amor
  
No me lleva mucho tiempo instalar las manos sobre el teclado.
Pero antes estrujé mis dedos
los hice sonar como doscientas veces
y antes me puse un saquito de cachemir porque hace frío aquí, y antes serví un poco de café en una taza y
tomé unos panecillos de miel por si el suéter de cachemir no
y antes tuve que pasar por el baño (costumbre que conservo y que está tan disociada de la poesía)
y antes debí haber escuchado el canto del gallo
pero eso es cosa del pasado
y escuché en cambio el despertador (un sonido más bien metálico y nada musical)
y antes tomé esas pastillas para dormir
que me recetaron (te aseguro no es cosa que se me haya ocurrido a mí solita)
y antes no sé, ya no me acuerdo. Pero
entre ese sonido metálico y las pastillas debe haber pasado algo porque, después del baño (tan poco poético)
y del café por las dudas
y del saquito de cachemir y de los panecillos
y de haber escuchado el crujido avejentado de mis dedos
y de haber puesto las manos en posición de ataque
sobre el teclado
se me ocurrieron unos veinte poemas de amor
que parecen soñados
aunque ya no sueño, solo duermo
entre el de metal y las de la receta.



Con el último sol

 Finalmente lo sé
Ni mis huesos, ni mis cansados huesos
Ni los tuyos
¡nada!
nada recibirá esta tierra que en ella permanezca
para siempre.
Todo está agotado y nos espera
el espacio.
Una huida elegante ¿no, mi amor?
Una huida elegante
mucho brillo, naves plateadas y una escafandra gris.
Y abajo: la Tierra y nuestros huesos.
Lo otro
lo otro será un mundo diferente, no podemos siquiera
imaginarlo.

Una huida, mi amor, una huida
en las naves plateadas.

¿Habrá viento en el lugar donde desciendan ellas?
¿Habrá pájaros?
No como los nuestros, mi amor, seguramente.
Serán pájaros monstruosos
inhumanos.
¿Son humanos los pájaros, mi amor?, ¡qué disparate!
Pero humanos los siento cuando pienso en
los otros
los que aguardarán el descenso.

Serán pájaros nocturnos, con extraños cantos
inhumanos
y el suelo será cualquier cosa menos tierra
y los árboles, objetos desconocidos dignos de investigación.
Y nosotros seremos polvo, lejano y solitario.
Y los que desciendan de las naves plateadas
con sus escafandras grises
sentirán una insoportable nostalgia.

Se habrán ido con el último sol
cuando todo esté concluido
cuando no haya agua ni suelos fértiles
cuando la última cosecha haya producido el último
grano.
No quedará demasiado.
He omitido preguntar si dejarán en pie los edificios
si se conservarán los objetos que nos pertenecieron
si alguna fotografía
si alguna carta
si los libros
si algo, al menos, de lo que fue
o si nada.
Ahora sé que no desenterraran a los muertos ni destruirán las tumbas,
que dejarán como huella de nuestro paso por la Tierra
las cenizas.
Me parece bien
es un legado
algo, al menos,
de nosotros.
Está también nuestro amor, (suena cursi,
“nuestro amor”)
más fuerte que nada de lo que acontezca en el futuro.
Pero seguirá oculto, como ahora.
Y cuando se hayan ido las naves
perdonando nuestros huesos
persistirá
secreto y para siempre.



Podrías llamar

 Podrías llamar
por un motivo cualquiera:
se me murió el gato
el canario rechaza la lechuga
tiene pulgas el perro.
Yo iría.
Te compro otro
dale alpiste
hay unas pipetas fabulosas
muy modernas.
No haría falta mucho más
para que yo
¡supiera!
para que vos
¡supieras!
que el amor sigue vivo como siempre
que puede ser que no debamos decirlo
pero que es nuestro único tema
de conversación.



De papel

 Verdes barcos de papel en la lluvia
un lugar por allá        ese bar
y una mesa en la vereda, que se niega a entrar,
sola en la lluvia,
esperando que nuestras manos
se separen
para correr, ella también junto a las otras
a guarecerse en lo seguro.

Verdes barcos
Verdes
Verdes barcos

¿vendrías conmigo?
¿en los barcos?
en mis brazos, ¿vendrías?
¿yo solita?
¿cómo, si no?
y       ¿adónde?
a los barcos
¿a los barcos? ¿yo solita?
¡no! conmigo

verdes
verdes barcos



El nombre secreto

A veces creo que será tu nombre la última palabra que yo diga.
Pero he estado en peligro algunas veces y
no te ofendas, pero debo admitirlo
el nombre que puse en mi boca
fue el del Otro.
Sí, el del Otro con mayúscula.
Aunque creo
no estoy del todo segura
que ese fue más bien el secreto nombre del miedo.

En el fondo siempre lo he sabido
detrás del nombre sagrado estará el tuyo
junto a todas las cosas bien amadas de este mundo.
Será el ultimísimo, entonces.
El último después del último.



Tu esencia

 Porque acariciaste mi piel tengo memoria de la piel
todo lo demás es un espacio yermo.
Porque reconocí en mi piel la esencia de la tuya
supe que guardo aún
la última lágrima
la que voy a llorar cuando no estés
y me quede nada más que la piel
para evocarte.



El sueño de los locos

 Tengo un sueño, el sueño imposible de los locos
el de los sonámbulos, el de los idiotas.
Tengo el sueño del moribundo
el del falto de amor
el del hastiado de la vida.

Salgo de mi mente para descansar afuera
bajo las estrellas de una noche única.
Sin lograr lo que busco, encuentro en la noche
todos los fantasmas
que esperan por mí
desde hace                  miles de siglos
alguno de ellos tan amado que su mera existencia justifica la mía
y hace que mi amor se multiplique hasta lo inverosímil
y fructifique en millones de pedazos
igual que la piedra desgastada
por el insistente aporreo de las olas.

Soy arena.
Piedra de piedra.
Oscuro cantizal salobre.
Poso de lágrimas en cuenco sin fondo.
  

Hacia el fin del esfuerzo

 Es como si se nos hubieran acabado las palabras
agotadas por los temas cotidianos.
O quizá es el año, que termina.

¿Para qué las palabras si no expresan nada?

¡Cierto!
Dejarlas dormir, perderlas en un río de silencio.

Pero entonces, cuando se ha decidido la retirada
vuelve el ansia de decirlo todo
y todo está presente                 pero se escapa
no dicho
sabido pero no dicho
como si no importaran las palabras que
agotadas
se empeñan en quedarse dentro.
Oh sí, oh sí, adentro, sin que nada las convoque
aunque todo las reclame
en un grito que es a la vez puro silencio.
Oh sí oh sí.
Puro silencio.

  
La reunión

 Aquí un cuchillito
así está bien.
En este lugar las copas
la de vino a la derecha.
Y el mantel, que no se noten las arrugas.
Los platos
uno por cada comensal, uno panero, el de postre no,
todavía
el de fiambre sí, eso queda bien.
Las sillas con cubiertas y los platos sobre otros de sitio.
El vino, a ventilar.
El pan sobre los platos paneros.
La servilleta sobre la izquierda.
No se te ocurra doblarla en forma de pájaro.
A esos déjalos sueltos sobre la mesa
para que canten la gloria de vernos juntos.



Las tres puntas del equilibrio

 Había un viento de otoño que la noche atestiguaba.
Pero no lo advirtió la copa.
Y no lo advirtió la copa.
El viento tomó el mantel por sus cuatro puntas tiesas
y enseguida armó con él
locas cúpulas a cuadros.

Después
en una de las incontables subidas y bajadas
soltó las tres puntas del equilibrio y se quedó con una
sujeta de sus manos inmateriales.

La copa había tocado con su vino intacto
rojo sangriento
la cima y la sima
una vez y otra y otra y otra, sin parar
desesperadamente
como una pasión al borde del desenfreno.
Pero cayó
cuando las manos de viento liberaron las tres puntas del equilibrio.
La copa se hizo trizas contra el piso
mutiló el cristal en millones de fragmentos
falsas estrellas en un falso cielo de vino.

Fin de la pasión y de los juegos del viento.



Los cuerpos en el baile

 No hay nada nuevo que decir
todo está ya sobre la mesa y la noche se ha extendido
en naderías.
Los demás se están yendo, cada uno con su estúpida carga.
Quedamos solos los dos
apoyados los codos en la mesa.
No nos miramos.
Hace un rato bailábamos abrazados sobre la pista
y nada más que nuestros cuerpos importaban.
Ahora tenemos los codos apoyados en el frío espacio de la mesa
y una de tus rodillas rozó la mía
o la mía la tuya
¡qué más da!
No nos hemos mirado desde la última copa.
Solo nos hemos tocado con una rodilla
que ni sabemos a quién pertenece.
Las luces se apagan sobre nuestras cabezas
y nosotros nos encendemos
sin habernos mirado y habiéndonos rozado apenas con una rodilla
anónima.
¿De dónde viene la música? A quién le importan los detalles
pero la rodilla sigue ahí, firme, tendiendo ese puente
entre los dos.
Nos iremos cuando sea preciso
cuando una mano toque el hombro tuyo, o el mío
¡qué más da!
en inequívoca señal de advertencia.
Es tarde, deben irse
nos dirán y tal vez necesitemos que repitan
esto más de una vez porque nos costará
horriblemente comprender.
Después nos miraremos a los ojos
y seremos más que una rodilla que se roza sin saber a quién
pertenece a ciencia cierta
más que unos codos que comparten
el frío espacio de la mesa.
Seremos de nuevo
los dos cuerpos enlazados que fuimos
en el baile.



El sabor del amor

 La noche dejó caer
sus cuentas mágicas
sus negras perlas densas.
Suspiro
envuelta en la marea
oscura.
Había olvidado el olor de la noche.

Eras de amor y de espesa sombra
oculta
de miradas de soslayo.
Eras, en la noche,
el único
y supe el sabor del amor
de una vez y para siempre

  
Música primaveral

 No tenía pensado verte.
No me importaba tampoco.
¿Para qué?
si la vida se ha ido volando y ya no queda espacio
para nada.
Pero vamos a encontrarnos por voluntad de un
tercero
y eso me ha puesto en estado de alerta.
Un estado lamentable, te diré
de desasosiego de incertidumbre de ardor.
Tenía los ojos cerrados
eso lo advertí hoy, cuando me miré en el espejo.
Creo que los he tenido así desde la última vez
que nos vimos.
Pero los noto más abiertos ahora
que falta poco para el encuentro
planeado por decisión de
terceros
(como ya te dije).
También noté hoy que tenía cerrados los oídos.
Lo noté cuando escuché la música
en el supermercado, por la primavera
sabrás
por la primavera que ya se anuncia en el aire
aunque yo pensé que era por nosotros dos
para preparar el clima.
Sentí un gran alivio, un alivio extraordinario
porque era música romántica
la del supermercado, ¿sabes?
y la escuché con un sentimiento casi
te diré
casi religioso
como en misa, ¿sabes?, como en misa.
No sabía que guardaba capacidad para la conmoción.
Debí estar anestesiada
pero era algo pasajero, creo
¿sabes?
algo que se ha ido en forma repentina tan pronto supe
que iba a verte por voluntad de un
tercero.
Y me alegré de estar así de conmovida
¿sabes?
porque con los ojos y los oídos cerrados
sin ver nada y sin escuchar la música romántica
del supermercado
sin darme cuenta de la llegada de la primavera
¿sabes?
antes ¿sabes?
he estado muerta
  

Ritual
  
Hubo un ligero movimiento de tu mano
sobre la arena tibia.
Un roce
que fue primero intento de caricia y después
mucho después
vuelo
un vuelo de gaviotas al atardecer
despedazando el mar a picotazos
hundiendo en el agua crespa agudos estiletes
ansiosos, ávidos.
Y luego fue tu mano
el mismo mar
el mar en sí
el mar profundo.
Entonces, perforó la arena cada uno de tus dedos
y fue la pasión sobre la playa
y fue el pez, muriendo en el aire.


 Un largo adiós
  
Me espera el tren has dicho en un resuello de tren a punto de partir.
Ya oigo el silbato
has dicho con voz aflautada de silbato de tren a punto de partir.
Alguien está ya cargando mi equipaje has dicho en ademán de doblar ropa y acomodar zapatos en las esquinas de una valija de esas que se cargan en los trenes
a punto de partir.
La locomotora ha soltado ya, más de una vez, su irresistible columna de vapor
has dicho escondiéndote en una niebla absurda de vapor de locomotora que arrastra un tren
                                                                       a punto de partir.
He agitado
ida y vuelta
en el aire
mi pañuelo blanco de seda con bordaditos en los vértices como hace cualquier muchacha ante un tren
                                                                       a punto de partir.     

  
Papel picado

 Me pediste unos papeles que busqué
afanosamente
entre todos los papeles de la casa.
Volaron por el aire las recetas
los viejos envoltorios de regalos, que tacañamente guardo
doblados con esmero y puestos a planchar
debajo de unos libros que volaron también
en hojas sueltas
con las servilletas y los rollos de cocina
los filtros de café las toallitas de baño
las carilinas el papel higiénico las instrucciones
de los aparatos electrónicos
que nunca he logrado descifrar, te lo aseguro
las cartas que escondí entre mis ropas y que eran de él
(esas que estaban reservadas para darte un motivo para el crimen)
las etiquetas de los vinos que tomamos una vez
mis apuntes
y los tuyos
los diarios viejos y los recortes de noticias importantes
el suplemento de cultura del domingo
el deportivo, tuyo, todo tuyo, por supuesto
las cartas tediosas de tu madre
la primera tarjeta que me mandaste desde afuera
unos volantitos de casas de comida,
el detalle de las películas de video
los celofanes pringosos de los caramelos que alguna vez me diste, antes,
—antes de todo este amontonamiento—
los cuadernos de los chicos y el boletín de cuarto
las fotos (que son de papel también aunque estuve tentada de olvidarlo)
la guía de teléfono y las páginas amarillas
mi agenda
el pasaporte
el carné de conducir envuelto en plástico
los mapas
un único poema de amor que escribiste para mí hace mil siglos
los folletos de las casas de decoración, hoy por hoy,
innecesarios
los resúmenes de las tarjetas de crédito y las cuenta
de tantas cosas como hay que pagar
por estos días
las prescripciones de los medicamentos y los informes
radiológicos
las revistas
los horóscopos
unos cuantos diccionarios, cuyas palabras empecé a olvidar, una por una,
unas cajas de cartón (aunque no creo que allí hubiera nada)
y tantas cosas.
Y ya que estaba en tren de desbaratarlo todo
dejé ir también esa notita donde te decía
“te amo”
y que tal vez sea lo único que debí haber buscado.

  
Sin causa aparente

 Hay unas casas y más allá unos tejados; después viene el sol.
La tarde, te diré (porque estos veinte poemas son puras
confidencias)
la tarde me da una tristeza...
No tendría que ser así, si en la vida tengo
todo todo todo
pero me la da igual aunque no atine a ver las razones.
Me han dicho, más de una vez, que es un problema
de sensibilidad
mía, por supuesto, soy (y así debe ser, yo no lo dudo)
demasiado sensible para los usos de esta vida.
Pero ¿qué quieres que le haga? Es una cuestión
de naturaleza
genética, herencia, educación.
No lo sé ni me interesa saberlo
porque la tristeza, cuando veo atardecer, está
y no pide razones para instalarse.
Por momentos me siento mejor, es cuando algún pájaro
cruza mi ventana para retornar al nido.
Lo logró, digo, sobrevivió otro día.
Pero después veo que el sol es cada vez más pálido
los tejados más oscuros y recuerdo que no voy a verte
no sé por cuánto tiempo.
El atardecer
sí, el atardecer, con sus lánguidas luces decadentes
me transmite una nostalgia
insoportable.
  

Un no
  
Todo quedó en la distancia.
La noche de la reunión es ya una forma confusa
una no forma
un destello en un espejo en un cuarto oscuro
una calle que no tiene salida
un tazón sin agua
un pozo del que no se alcanza a ver el fondo
aunque se lo intuye inexistente
una piedra arrojada al vacío desde la cima de la mayor montaña
un atardecer en la luna, con la madre Tierra tan lejana
vista desde afuera con añoranza
una casa sin niños
un rosal desnudo.

Aquella comunión de almas
Aquella risa
Aquella noche

  
Amores muertos

 Sí sí sí
aquí estoy.
Como cada día
esperando.
Así es la vida.
Larga.
Larguísima.
Interminable.
Insoportable.
Infinita.
Llena de segundos
y minutos
y horas
y años.
Y en estos tiempos
también de siglos.

Caminé con los zapatos gastados.
Llovía.
No había zapatos nuevos para ninguno de los dos
pero estabas bajo la lluvia, tan mojado, esperando.
No he vuelto a sentir
desde entonces
tanto amor.

¿Quién llora por los amores muertos?

¿Hay una ventana que incite a la lluvia a meterse en el
cuarto y que inunde la alfombra y moje las sábanas
nada más que como muestra del dolor con que debe llorarse
por los amores muertos?
¿Hay una mesa que vuelque las copas y derrame el vino
que empape las baldosas nada más que por demostrar
cómo se debería llorar
por los amores muertos?
¿Hay un jardín que riegue sus flores con agua de pétalos nada más que para dar ejemplo de la calidad del llanto que hay que derramar
por los amores muerto?
¿Hay unas compuertas que encierren el agua
de toda la casa
y así la retengan para asegurar que no hay un límite para llorar
por los amores muertos?

No no no.
Así es la vida.

  
Antifaz

 Juguemos al carnaval.
Yo uso tu cara
vos
la mía.
Después las damos vuelta
te prometo.
Ahora, las manos.
Así, así está bien.
Salió perfecto.
Y ahora un pie.

El resto, poco a poco

si no, duele.
Ahora el alma.
Ya está bien.
Habrá otro carnaval de aquí a un
año.
Allí estaré
te lo prometo
y podremos empezar todo de nuevo.


Nada
  
Habría que celebrar una reunión como esa
al menos (y dirás que exagero)
una vez a la semana.
Porque
después de ese día
y por aproximadamente trece horas y media
escribí poemas sin parar
de calidad irregular y suerte
diversa.
Pero luego
y ya que hace meses que no te veo
¡nada!
ni una miserable línea
de consuelo.

  
Solo el viento

 El aire está invadido de secretos.
Por guardarlos
hacen un ruido silencioso
las ramas cautelosas de los árboles.
Temen con sus murmullos
despertar al viento y que este lleve
a todas partes los arcanos.
Hay por eso un ruido suave
amortiguado
de suspiros entre las ramas de los árboles.

No hay pájaros. Por revoltosos no los hay
por alborotados.
No hay grillos ni ningún otro insecto.
Solo el viento
entre las ramas de los árboles.

No hay fragancias.
Por provocadoras de suspiros
por escandalosas
no hay fragancias.
Solo el viento
seco y áspero, inodoro
entre las ramas de los árboles.

No hay sol y no habrá luna por la noche.
Por estrepitosos, estrella y satélite
estarán guardados del otro lado del tiempo.
Solo el viento
de oro y plata
entre las ramas de los árboles.

Habrá sí unos amantes
sigilosos
muy secretos
bajo las ramas encubridoras de los árboles.


 Espejismo para ciegos
  
Íbamos los dos sin mirar
ni a izquierda ni a derecha
como ciegos absolutos de nacimiento.
Se nos presentaba el mundo igual
que un desierto amarillo de arena blanda y cómoda
de oasis con palmera y tragos largos
al lado de un estanque
artificial
por supuesto.
Y fue después la noche inmensa y fría
y el silencio
solo partido por el viento.
Y no había.
¡No había!

  
Inconscientes

 Pongo el último punto.
Las manos marcan lo que quieren a esta hora de la noche.
Lo que quieren
¡traidoras!
mil veces traidoras.
Lo que se les antoja.
Vuelan locamente sobre las teclas y desordenan
mis pensamientos.
Por ahí dicen no y debió ser sí, o al revés
no pueden controlarse       decidir qué sienten.
Si despiertas les cuesta
hay que imaginarlas en este estado
lentas y confusas
eligiendo desde la sombra lejana lo cifrado
poniendo palabras y sacando sentido
de mi libro íntimo
que solo conocen
más o menos bien
unos pocos
elegidos.

Invento de la noche lo que digan mis manos
sobre las teclas mudas.


Poema de Dora Dolcemelo, que dialoga con "La reunión"


Decisiones

                                                       A Marta San Martín*

No se me ocurre doblar la servilleta en forma de pájaro
los pájaros al viento (lo dije hace muchos años).
Ellos esperan que pase la tormenta
como nosotras para volver a poner la mesa
con las servilletas debajo de las copas
o libres entre los utensilios
por si quieren volar.

                              D. D.


*Marta San Martín. UN MUNDO DOMÉSTICO. Poesía. 2011.



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