lunes, 6 de enero de 2014

Un mundo doméstico, Marta San Martín (Poesía reunida) - Primera parte

UN MUNDO DOMÉSTICO




 “¿Por qué escribís?”, me preguntó mi nueva amiga Lilí Muñóz, escritora también ella, buscadora de razones que quizá no pueda develar por más que pregunte y se pregunte.

“Porque tengo la oportunidad —le dije—, porque la casa está en silencio ahora, los cuartos se aquietaron, la mesa de la cocina nos quedó enorme a nosotros dos, que hicimos nacer cinco hijas y las vimos fructificar bajo otros techos”.

Y porque tuve la oportunidad, aquí estoy.
                                                                                                        
                                                                                    Marta San Martín



I

FRAGMENTOS DE UNA MUJER CONVERTIDA EN AMA DE CASA

 

 

 

Un suicidio acorde con el martirio


Si algún día me diera cuenta
de que mi vida ha sido solamente
lavar platos
tender camas
ver deberes
hacer compras
preocuparme por comidas
baldear patios lavar ropa sacar mugre
y que eso seguirá mientras yo viva.
Si algún día me diera cuenta...
pincharía cada vena de mi cuerpo
con el peor tenedor de la cocina.

 

 

¡Oh!, lo hicimos

 

Oh Dios, lo hicimos: hemos iniciado una familia.

Oh Dios, sí que la hicimos.
Después veremos, dijiste
después veremos cómo      por ahora está bien
eso del compromiso y la permanencia y las cosas que se encaran
para siempre
por ahora está bien.
Pero estabas pálido
                        ojeroso
un poco más delgado
                                  y encorvado
con un desánimo, mi Dios, con tal desánimo.
Dejemos todo así        no te preocupes
dije
pero decidiste ser valiente.
Estoy muy orgullosa    te lo juro.
Desde el Quijote
ninguno como vos.

 

 

He perdido mis anteojos


He perdido mis anteojos.
Exagero.
Solo he perdido el tornillo de la moldura
que sujetaba uno de los vidrios de mis lentes.
No importa la pobreza de la pérdida.
No puedo ver.

Perdí mis anteojos.
Los dejé sobre la mesa de la cocina
y no he vuelto a saber de ellos.
Dicen que se cayeron
que mis ojos falsos rodaron por el piso y se escondieron debajo de un mueble.
Los busqué por todas partes
y solo hallé pelusa.

¿Qué encontrarán mis ojos si los pierdo?

 

Para que aprenda


Le dejé la peor silla

y el mendrugo más insignificante
sobre el plato
para que aprenda
que la vida no siempre
es bella
ni el piano toca la mejor
melodía.
Le dejé la puerta abierta
y, por si acaso,
una escoba a la vista.



Y salí

Y salí.
Dejé todo detrás de una puerta
para conocer la infinitud de mi propio pensamiento
encerrado tanto tiempo
prisionero de tantas cosas.

Dejé la casa
y su seguridad precaria
de nido
al que le sobra un viento fuerte
para convertirse en nada.

Abrí la puerta
y el camino tampoco existía
porque era una ilusión
lejana
un vaho leve en la mañana incierta.

¿Acaso era posible
predecir el curso estrecho
de mis próximos pasos?
Caminé sin rumbo.

 

 

Las puertas


Sucedió que en su vida errante
el hombre nunca cerró una puerta,
y que hay puertas que es mejor no
dejar abiertas.

Por distintas razones.

De las mil puertas del placard...
¿cuál más prudente que la que encierra,
cautamente, los zapatos?
O la de la heladera,
que cobija oscuramente
sus tesoros.
La de la curiosidad de los baños.
La vigilante del mueble
que contiene los cuchillos.
La estudiada del anaquel superior
de la biblioteca.
La del armario,
fuerte y tosca,
donde reposan las ollas.
La con llave, donde se añejan
los vinos.
La hermética,
de tu corazón y el mío.

¿O la otra?
que la mujer cansada
de velar por las puertas que el hombre
nunca cierra
estrena hoy jugando a trasponerla
y dejar para siempre
abierta.

 

Entre dos llamados


Se abre a lo lejos, en medio de la arboleda,
el camino.
Hoy no quiero seguirlo.
Prefiero la tranquila serenidad de nuestra casa,
el calor cómplice del fuego,
el susurro del viento que se cuela
por los mínimos resquicios de las ventanas.
Y el camino afuera.
Y su presagio de partida.
Y su indiferencia.
Pero aquí el nido, la seguridad, la tibieza.
Las plumas esponjosas del almohadón
y la certeza de tu mano tan cerca.
Y la copa de vino compartida.
La tormenta afuera.
Lejos.
Más lejos que el camino,
derribando ramas, destruyendo nidos.
Otras plumas afuera.
Pero adentro tu voz.
Cálida, acariciante, tu palabra en mi oído.
Y el trueno afuera con su ruido áspero.
En este espacio nuestro, la luz,
esa luz que parte del alma y que nos colma.
Y el relámpago afuera, con su brillo efímero

 

 

 


Navidades


El hombre es un animal inconsolable.
                                  José Saramago

La llevaron contra su voluntad frente a la puerta y
contra su voluntad
la dejaron allí, desnuda y sola.
Contra su voluntad trajeron, uno a uno, sus recuerdos.
Pero solo recuerda navidades
y a lo único que atina es a contarlas.
Así toma conciencia de que la primera
nació vieja
porque tiene cuatro años
y siente que las anteriores están perdidas
y que empezó a vivir recién allí.
Y rememora el placer de los regalos.
Y está sentada en el centro de una mesa
y la visten con puntillas
y le aprietan los zapatos nuevos de charol
y entonces era el centro del festejo
y fue feliz.
Y todo esto lo veía desde afuera.
Y hasta la última,
transcurre la vida a una velocidad alucinante
y ya no sabe cuántas quedan,
tal vez ninguna.
Y se pone a medir la vida en navidades
y piensa
que ochenta años pueden parecer muchos pero
¿qué es vivir ochenta navidades?
Setenta y seis fiestas que es posible recordar
una a una, en sus más mínimos detalles.

Y decide,
definitivamente,
que la vida es cruel.



Sin quejas


¿Quién soy yo para decir quiero o no quiero?
¿Quién soy yo para afirmar sé o no sé?
¿Quién soy yo para pensar puedo o no puedo
prisionera en el recinto estrecho de mi pequeñez?

Soy menos que una mota de polvo en el aire
que la penúltima pata izquierda de un ciempiés
menos que el suspiro no exhalado de un ave
o el aleteo de la cola transparente de un pez.

Declaro aquí mi prescindencia irrefutable.
Acepto sin quejas mi fugacidad esencial.
Puedo diluirme en la brisa de una tarde
que nada en este mundo va a cambiar.

 

 

Mi niño dormido


Otra vez frente al camino
otra vez ante la marcha
con pies y alma partidos.
Reconocer lo vivido
en la sombra de mis pasos
y renacer de mañana
sin dolor y sin olvido.
¿Tendrá el campo sus trigales?
¿Será este sol siempre el mismo?
¿O despertaré de mi sueño
con un ropaje de siglos?

Me aguardarán casi al alba
en el final del camino
y pensaré que me empujan
hacia el eterno destino.
Y yo querré darme vuelta
y ver mi niño dormido.

 

 


Espacio, ¿espacio?


Mi casa enfrenta el Norte y alberga el Sur
entre bloques encalados.
Mi casa es un muro que filtra puertas.

Apilé ladrillos en un espacio
que ni siquiera era eso
antes de que mi casa lo envolviera
o lo dejara fuera.
Puse pared y ventana, techo y piso.
Alfombras, cortinitas estampadas
artefactos más o menos complicados de iluminación
sillones, sillas y sillitas
banquetas y banquitos
camas, colchas y frazadas
mesas, cubiertos, platos, fuentes, vasos...
Comprimí ese espacio primero
y lo convertí en
hendiduras
rendijas, grietas, resquicios 
huecos, boquetes, filtraciones
fracturas...

Saqué el espacio de mi casa y de mi vida.
Ahora soy
ladrillo
mesa
silla
cama.
Cosas...




Espacios otros

I
Encerré aire en una jarra
lo desalojé con vino.
Encerré penas en mi alma
las dejé ir,
como al aire de la jarra.


II
Dibujo en el aire un cubo con mis manos.
Recorro sus caras planas, sus aristas
me detengo en los extremos aguzados de sus vértices.
Amaso el cubo con mis dedos y le doy forma de esfera.
La lanzo en dirección al cielo.
Vuelve hasta mis manos otra vez
deshecha en lluvia.


III
Una parábola alocada de tu mano
y en el centro de la esfera
que tu brazo dibujó en el aire
surge deslumbrado el universo.     
Tu mano y tu brazo hacen magia
sin conejos ni galera.
Tu mano y tu brazo crean ámbitos,
desalojan vacíos, inventan mundos.
¡Qué no haría tu cuerpo girando todo entero!

IV
Puso una pata de madera
sobre la fría superficie del piso.
Luego la otra,
y así, hasta sumar cuatro.
Se alejó y contempló su obra.
Faltaba algo.
Puso una tabla sobre las cuatro patas rígidas
y surgió la mesa,
cálida y perfecta, para siempre mesa.
El piso perdió su frialdad
cuando apoyó el pan
sobre el nuevo espacio,
todavía rústico.




Otras voces

No es lo mismo la blandura de la cama
que la fría dureza del sepulcro
y dan reposo.
No son lo mismo tu mano niña y mi mano añosa
aunque se toquen.

Y recorreré fragmentos ínfimos, mezquinos.
Y seré polvo antes de haber sido roca.
Y verán mis pedazos desgajarse en hebras.
Y olvidarán mi alma eterna, que perdura y goza.

Quisiera devorar el día entero,
insaciablemente hambrienta.
Hacer de cuenta que es una frutilla
que escurre sus jugos
lujuriosa
entre mis dientes.
Para demostrar que apetezco la vida hasta el hartazgo
quiero indigestarme de vivir.

 

De la misma madera


Una mariposa nocturna ha caído al agua en la piscina.
Solo veo su perfil, su única ala blanca y polvorienta.
Da una vuelta, el agua la acompaña espiralada
luego ambas
se aquietan.
Pasan segundos... breves, y la danza recomienza.
Yo la miro desde mi trono blanco.
La dejo hacer o deshacer su vida.
La estudio sin pasión, con tedio.
Con infinita omnipotencia.
Me asaltan viejas dudas del hombre universal.
Reviso la existencia de Dios y la fragilidad de la vida.
Me pongo de pie en el instante sublime de las decisiones.
Introduzco con cuidado mi mano en el agua.
Recompensa mi esfuerzo un vuelo leve.

  


La cena para mi hija

A Laurita

 Acuno entre mis dedos

el olor de las cebollas y los ajos
con que preparé la cena para mi hija.

Fragancia de amor hay en mis manos.

La mesa estuvo dispuesta para el hambre.
De amor, el hambre.

Sopa de cebollas.
De amor, de cebollas y de ajos.

De amor, el abrazo de mi hija.

De amor, cebollas, ajos y lágrimas
su abrazo.

 

Bien del alma

 Abrazame, necesito este calor.           

Necesito estar así, como un niño,
entre los brazos de su madre.
Ha sido un día duro muy muy duro
y tan largo.
¿El trabajo?
No muy bien, ya sabés qué difícil es la vida.
¿La salud?
pues tirando
pero el alma    te diré    cada día mejor
a pesar, sí, a pesar del gran cansancio
¿Y vos? ¿Ha sido grata tu mañana?
¿has rezado?
¿y los hijos?, ¿han hecho su tarea?
¿y la casa?, ¿se ha secado ya la ropa?
¿me extrañaste?
Debí haber empezado por allí, ¿no es cierto?
es lo que estabas esperando.
Yo te entiendo
pero estoy tan tan cansado.
El alma bien     ya te lo dije    bien, sí, bastante bien.
¿Y mi madre?, ¿la has visto o todavía está enojada?
Es difícil, lo sé, yo te entiendo
has de tenerle un poco de paciencia
está tan vieja.
Pero el alma bien         ya te lo he dicho.
No me has preguntado por mi jefe.
Viajó       a un lugar en el caribe         creo
¿sabés? no tengo idea qué cosa es el caribe
pero el alma, muy bien, si es que eso te interesa.

 

 


Callan las cuerdas


Cae la tarde en llamaradas sobre la tierra.
Por los caminos, ruedan su eterna
ronda cansina todas las ruedas
vuelta tras vuelta.

El hombre vuelve de su trabajo
la espalda arqueada sobre la senda
de pan y pena.
Lo sigue un perro, lo alienta un ave,
lo acuna un grillo en la noche espesa.
El hombre cuenta, cuenta y recuenta
pocas monedas.
La mesa espera.

Y la noche ensaya
con una orquesta de cuerdas muertas.

 

Como en la cárcel

 Me mira la ventana que da al patio

con su velado ojo irreverente.
La espío desde el mío
en apariencia (solo en apariencia)
displicente.
Y luego vacilo, me enojo, río
lloro.
Yo adentro, afuera la vida,
y entre ella y yo
esa ventana.

 

 

Lugar privado

 Tejí el capullo de silencio

hebra por hebra
capa por capa.
Y me encerré
adentro.
Solita.
Para que nadie me viera
llorar.

 

 

La otra campana

 No indago demasiado.

Dejo que las cosas sucedan
así, tranquilamente.
Después camino hasta la puerta
y abro
tomando el pasador con ambas manos.
Abro y cierro sin salir.
Me pego a una pared
y soy
anhelante silencio.
La casa pulsa un ritmo propio
de íntimos latidos.
El monótono zumbido de la heladera
el quebradizo crujir de una tabla del piso,
verde todavía,
la carrera de una cucaracha.
Así tañerá mi casa cuando muera, pienso,

pegada a la pared.




ida y vuelta

dijo sí
podría haber dicho
no

dije tal vez
podría haber sido
nunca

dijo “¿y si es?”
podría haberle respondido
“siempre”

Callamos ambos.
Hubo un puente estrecho
de miradas.

 

 

Después del primer sol


Vivía en un mundo crepuscular
en un fluctuar de luces y de sombras.
Vivía en el cómodo y predecible devenir
de la noche en mañana
y de la tarde en noche,
en la familiar alternancia
que solo las lluvias mudaban
porque era parte del trato
que una nube cargada de agua o de hielo
impusiera un paréntesis
a los ciclos de la luz.

Vivía en la maternal tranquilidad de la tierra,
girando en su periplo en torno al sol.

Hasta que surgieron los otros soles
y la multiplicidad de auroras y de ocasos
disipó la perfección de su transcurrir.

Entonces abrió la puerta y salió.
Había perdido la inocencia.


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